domingo, 15 de mayo de 2011

Doña Negra


Eternamente niña, fugazmente anciana, era sabia por la vida que la atraviesa, casi sin descansar.

Era trivial y simple, como las cosas bellas que han de quedar en este mundo.

El trabajo ha sido la razón de ser de su existencia, pero también el origen de todo su pesar.

Sus manos, agotadas por la eterna lucha de sobrevivir, me han acariciado de pequeña con la dulzura sublime de abuela

Ser obrera significó la unión con un joven (opuesto en rasgos, rubio como el sol) sufrido como ella por esa dura realidad.

Me contó que el paraíso conoció. Estaba lleno de frutas, animales y colores. Aquel lugar fue la quinta en donde crió a sus tres flores.

Madre ( y ya libre de patrón) la conocían como la Doña Negra del viejo almacén, trasformando el paisaje barrial de un rincón quilmeño.

El tiempo también pasó para ella. Su casa, refugio de muchos, se llenaba de nietos en los largos domingos.

Sus palabras ( a veces filosas como dagas, otras eran dulces bendiciones) aparecían en mi, intermitentemente, cuando ella huyó al sueño eterno.

Al fin el descanso la alcanzó, luego de nunca parar y siempre seguir.... para adelante (¿a dónde más?... ¡ Ojalá yo tuviera un poco de su fortaleza!)

Todavía sueño que tus manos me toman y llevan al rincón donde yacía tranquilo aquel sapo que nos hacía tan felices.
Hoy la casa esta fría y vacía... y yo aquí necesitándote tanto.



a mi querida abuela Antonia.

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